“… A lo de aquí no me resigno. El cielo me pesa sobre la frente; pero creo que tendré que seguir  unas dos semanas más. Escríbeme, yo no me consuelo. Espero resistir el golpe y sobrevivir para mis hijos. Quien por ley humana y divina debiera amarme, me aborrece y me desprecia. Y se muere quien me ha amado por encima y en contra de toda ley divina y humana. Es un horror. Miss Catalina Bayard, llena de talento, de chispa, de gracia y de saber, tenía las ideas más espantosas de pesimismo: amaba, deseaba la muerte; era su preocupación, su idea constante. Lo que es yo, por esta mujer, me hubiera quedado aquí, y aún hubiera renegado de la patria y me hubiera hecho yanky. Ha sido una cosa tremenda. No quiero ni tengo fuerza para entrar en explicaciones y pormenores. No hables de estas cosas con nadie. Los periódicos han estado prudentes afirmando que murió de muerte natural. Creo que tendré fuerzas para resistir tantas penas; pero he estado harto mal de salud. De nada, absolutamente de nada me remuerde la conciencia. Yo ni he engañado, ni he seducido, ni he prometido lo que no podía cumplir. Yo no tengo la culpa de desesperaciones, de locuras, de pesimismos, de horrores. Para curarlos y evitarlos hasta me hubiera quedado aquí de cualquier modo. Y en cuanto a mi flaqueza en dejarme querer, me parece que no es tan fácil hacer de Hipólito o de Joseph, cuando tiene uno todavía su alma en su almario”.