Victoria despidió junto a su padre al resto de los invitados. El aire frío que entraba por la puerta, los abrigos, los destellos blancos de las bufandas, fueron las últimas impresiones que se llevó a la cama. Antes de entrar en el sueño, vio el borde de la cortina, el diente de oro del embajador francés, la orquídea de Juanito, la mirada acuosa de la doncella, todo eso y algo más que no podía identificar.

             Era su madre. El español suavizado del joven andaluz, los gestos, el modo de mirar, la hacían presentarse ahora. Tenía nueve años cuando la perdió. ¿Qué recordaba de ella? La voz dulce, los pasos ágiles, el lunar negro del pómulo. Y las canciones: puñales, jacas, alelíes... Afuera, la campiña francesa, el mugido de las vacas, las eras de heno, la pequeña casa rodeada de margaritas. ¿Por qué no recibía visitas su madre como otras señoras? ¿Por qué no podía, tan buena y caritativa, ir a la iglesia? ¿Por qué le estaba prohibido a ella jugar con otros niños en Arcachon o en París? ¿Por qué las criadas la miraban con lástima y decían "pauvre petite"? De vez en cuando aparecía sir Lionel en un coche de caballos, desde muy lejos, jugaba un rato con ella y se llevaba de viaje a su madre una temporada. La noche en que murió Pepita - el médico del pueblo, la matrona, el aya Socorro, dos amigas de París, todos - esperaban que los gritos de un niño llenaran la casa. Pero no se pudo detener la hemorragia. A los dos días, llegó sir Lionel desde Stuttgart. Se encerró en el dormitorio. Por las noches Victoria le oía sollozar llamando a su mujer.

               Poco después, nombraron al padre embajador en Argentina. Victoria quedó interna en el convento de San José, en París. Las monjas católicas le enseñaron solfeo, piano, costura, buenas costumbres, historia de Francia, geografía, latín, vidas de santos. Del mundo exterior, sólo conocía la huerta de las monjas en las afueras. Continuaba el enigma: ¿por qué no podía ir a pasar las vacaciones a su casa como las demás muchachas? ¿Por qué el señor Béon le aconsejaba que no saliera sola a la calle? Todo se aclaró con la revelación de sor Esperanza en el barco que cruzaba el canal: “Tu padre y tu madre nunca se casaron”. Pasaba muchas horas hablando con la Virgen: "¿y mamá?". Sir Lionel apenas la visitaba. Durante los siete años del convento, absorbió la idea de que el mundo era un lugar cruel en el que había que combatir las propias batallas para sacar el mayor partido. Por fortuna, tenía el certificado de enseñanza en su bolso. Podría ganarse la vida como institutriz. 

            Pero sir Lionel volvió, acababa de ser nombrado embajador en Washington. Cuando vio a Victoria con el uniforme oscuro, la tristeza del abandono engastada en la cara, se hizo el firme propósito de no separarse más de ella.  La llevaría a América como anfitriona de la embajada. Ciertamente iba a resultar escandaloso que un embajador de su majestad británica, soltero, entronizara como primera dama en América a la hija ilegítima de una bailarina española. A su favor contaba el pertenecer a una de las estirpes más viejas de Inglaterra, con la mayor mansión privada de las Islas: Knole, en el condado de Kent. Además, él y toda su familia eran respetados y queridos por la reina Victoria. Lady Derby, la hermana de Lionel, intercedió ante ésta. A la reina la decisión de Sackville, le cayó en gracia por su impetuosidad generosa, por el desnudo amor paternal que revelaba, por lo poco que se esperaba una salida así de hombre tan taciturno y reservado. La reina dio su aprobación al Foreing Office, siempre que los americanos estuvieran de acuerdo. La esposa del presidente Garfield encabezó una comisión de damas que discutió el asunto. Como no estaban en Nueva York, ni en Boston, donde existía una cerrada casta aristocrática, sino en Washington, la capital del joven país democrático, las buenas señoras convinieron en dar la bienvenida a aquella criatura inocente.

          Victoria se vio de repente dueña de una mansión con enorme recibidor, escalera doble, muebles espléndidos, vajillas de oro, sirvientes, caballos, y un invernadero en el que florecían orquídeas de concurso. En su primera temporada, dio cinco recepciones con quinientos invitados cada una. El resultado fue la conquista de Washington. Toda la prensa americana la trató con entusiasmo. El Star y el World rivalizaron sobre las virtudes de Miss West. El Star decía: “Se ha convertido en la belleza reinante. Es tan notoriamente hermosa como inteligente y, junto a esas poco usuales cualidades, posee algo exótico, lo que aumenta su encanto".

          Durante su primera fiesta en la Casa Blanca, el presidente Arthur, que acababa de sustituir al asesinado Garfield, la invitó a dar un paseo en trineo por los bosques cercanos. Victoria se excusó con  descaro infantil, pretextando clases de inglés para mejorar "la horrible rudeza de su acento". Arthur era viudo. Andaría por los cincuenta, pero conservaba un porte atlético y una gran energía de luchador. Si añadimos el aura del poder, el presidente parecía el más codiciado partido para una muchacha que poco tiempo atrás aspiraba a ser institutriz. Las atenciones a Victoria en público fueron tan notorias, que todo el mundo chismorreaba sobre el enamoramiento del viudo Chester. Su hermano y director de campaña tuvo que emitir un comunicado desmintiendo cualquier compromiso matrimonial. Una tarde, en la cuarta ocasión en que acudió a la mansión presidencial, Victoria tuvo que desengañarle. Cuando Arthur le propuso que se casara con él, se echó a reír y le dijo:

            − Señor Presidente, tiene un hijo mayor que yo, y es usted de la misma edad que mi padre.

 

 

                                                                                     Capítulo III